Aster Heras

Diario de un sueño

Escuchando

La lluvia amenaza con golpear la ciudad, mientras la cantinela de coches comienza su particular sinfonía matutina. Es martes, me he levantado descansada y tengo un día largo por delante. Las tareas mundanas se mezclan con las místicas. Hay que pagarle al contable, abrir una cuenta de banco para la nueva empresa, sentarse un rato para hacer la nueva publicidad y un calendario para el contenido… pero también, preparar el próximo viaje a Eleusis, recibir a uno de mis mejores amigos que viene de visita una semana, arreglar las cosas para el próximo ritual con mis amigos en Luna Llena y recuperar las rutinas mágicas.

Wow! Vida! ¡Qué maravillosa eres!

Escucho, escuchaba más bien ayer por la noche en medio de su frustración, también la voz de mi hijo quejándose porque no puede ir al campeonato de ajedrez al que quiere ir, a pesar de haber quedado entre los diez mejores del país. Tiene que ir en avión, con el resto del grupo y por gracia y obra de su otro progenitor (ni padre, ni madre es ahora mismo) tiene que quedarse en casa. Respiro hondo y me prometo no hablar mal de la otra persona con quien lo traje al mundo. Otra vez. Internamente y mientras miro el altar a Hekate deseo que cada una de las frustraciones que está generando en mi hijo se le devuelvan por diez.

Y sin hacerme mala sangre procedo a levantarlo ahora, a avisar a mi esposa de que salió el sol y pongo una sonrisa, la mejor. La vida se disfruta siempre, mi hijo será feliz en su encierro, pero quien cierra su puerta no. Porque cuando me lo pusieron por primera vez en los brazos juré defenderlo hasta mi último aliento.

Feliz mañana, feliz martes. Feliz destino.

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