Aster Heras

Diario de un sueño

Abuela Manuela….

Mi abuela, la Manuela, la que siempre fue para mi como la madre que nunca tuve, pasa mucho tiempo por mi mente, ultimamente. Debe ser que como empiezo a estar cerca de la edad de ser una abuela, me planteo otras cosas -digo esto mientras toco madera, ojalá que aún tenga muchos años por delante-

La Manuela con sus consejos, la Manuela con sus excesos de comida intentando compensar las dietas sin control y las restricciones de la semana. La Manuela con sus secretos de espiritu detrás de la puerta de la cocina. La abuela Manuela, quien tocaba con las manos las brasas del brasero, quien prometió enseñarme al crecer, quien se olvidó de hacerlo. La abuela Manuela y sus croquetas y su tortilla de patatas y su ensaladilla rusa. «La vieja» como la llamaban en la casa de mi madrastra. Los abrazos al dormir cuando preguntaba por mamá. La guardiana feroz de los secretos de su hija, quien peleó porque yo no supiera y más de 20 años después de su muerte, sigo sin saber. La que quemó el diario de mi madre antes de permitirme terminar de leerlo. La que me esperaba despierta al llegar a casa. La que contaba los días para verme entrar de nuevo por la puerta de su casa. La que me compraba los vestidos de gitana, y el vestido de comunión. La abuela, mi abuela. Probablemente la mujer más importante de mi vida.

Ella y sus manos arrugadas, su figura delgada y un poco jorobada y el negro de su luto se merecen hoy unas letras. Hoy mientras fregaba los platos me vino a la cabeza una de sus canciones tontas mientras cocinaba. Y me he dado cuenta lo mucho que me parezco a ella. Y lo mucho que le debo a ella y a mi abuelo Antonio.

Qué pena que la juventud no me dejara verlo y que pena haber sido parte de la pena de sus últimos años y que alegría haber madurado lo suficiente para entender que con lo que tenía hice lo mejor que pude.

La última vez que la vi, me dijo que sentía que estaba a punto de morirse, estaba completamente normal. No había ido al médico, no le dolía nada. Me dió un super abrazo mientras yo salía corriendo a buscar al idiota de mi ex intentando evitar otro abandono. Murió cinco horas después mientras yo estaba a más de 1000 km.

Se que desde el cielo sonríes cada vez que te recuerdo, abuela, lo se porque me lo decías cuando estabas viva. Me valorarás cuando esté muerta. Y en esa costumbre tuya de acertar todo lo que decías, aquí me tienes, a mis 41 años, recordando tus croquetas y la costumbre que tenías siempre de coger la sartén sin quemarte y de tocar el fuego con las manos.

Te quiero.

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